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¿Por qué no vamos al mundial?

Publicado: 2016-07-07

¿Porque escribir sobre futbol? Porque un triunfo de nuestro futbol da motivación, alegría y esperanza a nuestra gente (nos guste o no), nos levanta la moral, nos da orgullo. Porque hasta los días parecen más soleados y hermosos cuando gana Perú. Y porque el futbol es el deporte más popular del país. ¿Verdad? 

La historia de mi vida

Relato a continuación unas anécdotas para dar un poco de contexto a las ideas expresadas más abajo, y por ello les pido un poquito de paciencia. Crecí jugando fulbito la calle de mi barrio, en campeonatos de verano y en los inter clases del colegio. Cuando en la secundaria fui convocado para representar al colegio en el campeonato de futbol inter colegios, a los 16 años, yo nunca había jugado en una cancha de futbol. El primer día del entrenamiento fue también la primera vez en mi vida que me ponía a tapar en un arco grande, de futbol. El arco me parecía una eternidad, y ni hablar del área grande. No ataba ni desataba. Mis semanas siguientes se llenaron de pesadillas pensando en las vergüenzas que me esperaban cuando enfrentemos a otros colegios, con todo el colegio observando desde la tribuna. Aquella vez la diosa fortuna me sonrió, como pocas veces, y el campeonato inter escolar quedó cancelado, ahorrándome las vergüenzas que me quitaban el sueño.

Aquella experiencia me sirvió para entender que tenía que aprender a tapar en arco grande si pretendía continuar jugando mi amado futbol. No exagero cuando digo que fue como empezar a aprender un deporte nuevo. Tuve la suerte de poder entrenar en una cancha de futbol abandonada (de tierra) a donde se llegaba en quince minutos en carro. Y digo que fui afortunado porque en aquel entonces, como ahora, en el Perú es muy difícil acceder a una cancha de futbol sin tener que pagar por el alquiler.

Así, empecé a aprender a tapar en arco de futbol a los 16 años. Me dediqué a practicar y practicar en arco y área grande, con mis hermanos y amigos, jugando futbol cada vez que podía, entrenando fuerte cuatro o cinco veces por semana. Desde los 19 jugué por equipos en primera división de mi distrito. Creo que recién a los 25 me sentí cómodo tapando en una cancha de futbol, y el arco y el área grande ya no me parecían tan inmensos. En aquel entonces no alcanzaba a entender por qué me tomaba tantos años el hacer la transición del fulbito al futbol, pues tan malo para el aprendizaje no me creía. Ese año la liga de futbol donde jugaba me ofreció un reconocimiento como mejor jugador (Cerro Colorado), y también participé en etapa inter distrital de Copa Perú. Como a los 27 o 28 años sentía la madurez y la confianza que solo te da la experiencia y el buen conocimiento del puesto. Y a los 30 años deje de jugar en liga por un reglamento con límite de edad para cambiar de equipo. Para mi propia desilusión, y aun sin poder entender porque, mi aprendizaje se quedó trunco, pues todos esos años no me alcanzaron para dominar dos tipos de jugadas: el pase con la mano y el saque de fondo (con el pie). Con poco margen para el error, puedo decir que lo que me pasó a mi le pasa a la gran mayoría de jóvenes peruanos, y quien quiera que haya jugado fulbito primero y futbol después puede dar testimonio de experiencias similares.

Entendiendo por qué de las cosas

Veinte años más tarde, ingresando a uno de los parques del estado de Virginia, EEUU, donde vivo, le dije a mi esposa: “Te apuesto a que aquellos que están jugando pelota allí al fondo son peruanos”. Estaban jugando como a cien metros de distancia. Cuando nos acercamos pudimos escuchar que hablaban español con acento peruano, y mi esposa me pregunta “¿Cómo sabías que eran peruanos?”: “Fácil, están jugando fulbito, solo los peruanos juegan fulbito”. Pusieron un par de arquitos en una cancha de básquet (aquí no existen canchas de fulbito) y se jugaban su pichanguita. Lo que más llamaba la atención es que al costado había una cancha de futbol (de pasto), y tenían suficiente gente para que todos estén jugando. Sin embargo preferían jugarse la pichanga con el método “mete gol saca”, donde el equipo que recibe un gol cede su lugar al que está esperando al costado de la cancha.

Siendo EEUU el destino de millones de migrantes de todo el mundo, con amantes del futbol provenientes de los cinco continentes, llama la atención que a ellos les guste jugar futbol (no fulbito) en todas las edades. Esa observación me llevó a preguntarles porque no juegan fulbito, y me llevé tremenda sorpresa al descubrir que el fulbito es tan peruano como el ceviche, y que el fulbito es conocido y practicado masivamente solo en el País de los Incas. Hasta hoy, la palabra “fulbito” no siquiera existe en el diccionario para referirse al deporte que tanto amamos.

El futbol es el deporte más popular en el Perú, pero dista muchísimo de ser el más practicado. Nuestro amor por el futbol es un amor remoto, a distancia, por la tele. Es un amor remoto porque cuando se trata de jugarlo no dudamos en sacarle la vuelta con un invento criollo al que llamamos fulbito. El peruano juega fulbito, el resto del mundo juega futbol.

En 2014, Sports Canada, una institución gubernamental cuyo objetivo es mejorar las oportunidades para la práctica y excelencia de deportistas en Canadá (algo si como el IPD en el Perú), publicó el documento titulado “Long Term Athlete Development”, una guía para la formación de atletas a largo plazo que, entre otras cosas, recoge conclusiones de diferentes estudios que coinciden que para la mayoría de atletas, alcanzar competitividad a niveles de elite en cualquier disciplina deportiva requiere al menos diez a trece años de continuo entrenamiento y competencia, y que la ventana de oportunidad para empezar a formar los fundamentos en cualquier deporte es menores desde los 6 a 9 años de edad (hay un link al final para ese documento, página 42).

Si se aplica estas conclusiones al futbol, puede decirse que empezar con el futbol a los quince o dieciséis años es demasiado tarde, pues el tren de la oportunidad hacía mucho rato ya se pasó, cuando teníamos entre de 6 a 9 años. Messi y Ronaldo eran futbolistas de clase mundial a los 18 años porque son de otro planeta y porque lo habían venido practicando toda su vida. La enseñanza se puede aplicar al deporte en su conjunto o a los diferentes tipos de jugadas, como tiros libres, remates de distancia, pases largos y precisos, remates de cabeza, desplazamientos tácticos, control y pases mientras se corre a máxima velocidad, y otras jugadas de futbol que en el fulbito no existen, además del desarrollo de la resistencia física en los mejores años de crecimiento. Se necesita de toda una vida para perfeccionarlos.

Solo después de leer esta guía de Sports Canada pude encontrar explicación irrefutable al porque tantos años de práctica no me alcanzaron para completar mi transición de fulbito a futbol, y porque hubo jugadas que nunca terminé de dominar, aunque solo fuese a nivel de aficionado. Puesto en términos populares y como decían nuestros mayores, “como te crías te quedas”, y quien crece jugando fulbito será siempre fulbitero, nunca futbolista.

Ese mismo razonamiento puede explicar porque en Copa Libertadores, Sudamericana, o a nivel de selección, los nuestros parecen estar jugando fulbito en cancha de futbol. Y es que la influencia del fulbito y sus limitaciones se hacen evidentes en nuestra manera de jugar a cada minuto: mínima movilidad, pues jugamos casi parados; súper abundancia de pasesitos intrascendentes al costado; casi inexistencia de pases verticales en profundidad para el ataque; obsesión por entrar tocando hasta el área chica; fobia a efectuar remates al arco de distancia; deficiencia para ejecución de tiros libres; escasez e imprecisión de pases largos; técnica deficiente para recibir o hacer un pase de distancia mientras se está corriendo; disminuida resistencia física, y un largo, larguísimo etcétera.

Y para quienes necesitan ver números para creer, revisemos algunas estadísticas que resultan tan deprimentes como absolutas. Analicemos el caso de los goles anotados por la selección en partidos oficiales, goles de remate de fuera del área con pelota en movimiento: Si alguien nos dijera que la selección anota en promedio un gol de fuera del área cada diez partidos, ¿sería muy poco?, ¿y qué tal un gol de fuera del área en veinte partidos? La verdad es todavía más escandalosa, pues en los últimos 62 (sesenta y dos) partidos oficiales (desde la copa América 2007), hemos anotado un solo gol de remate directo con pelota en movimiento desde fuera del área, el de Juan Carlos Mariño a Bolivia en 2014 en la altura de La Paz, donde la pelota viaja a más velocidad por la reducida densidad del aire. Un gol de remate fuera del área cada 62 partidos, o lo que es lo mismo, un gol de fuera del área cada cinco mil quinientos ochenta minutos de juego, y aumentando.

De manera similar, en los últimos 62 partidos oficiales de la selección, hemos anotado solo dos goles de tiro libre (Vargas a Ecuador en 2010 y Farfán a Bolivia en 2014). O sea, un promedio de un gol de tiro libre cada 31 partidos (o 2790 minutos), y aumentando.

Estos alarmantes datos tienen que ser todo un record mundial, deben ser evidencia suficiente para motivar una duda razonable, deben ser suficientes para que la población en general, y especialmente quienes estén encargados de la formación de futbol en menores dediquen su atención a una seria evaluación de la negativa influencia del fulbito en la formación de nuestros jugadores de futbol.

Tiempos Mejores

Para los peruanos menores de 40 años, el fulbito ha existido desde siempre. Ellos crecieron jugando fulbito, y les hicimos creer equivocadamente que fulbito es futbol. Pero hubo un tiempo, un tiempo pasado mejor, un tiempo en que el deporte nacional sí era el FUTBOL, un tiempo en que se jugaba en canchones de tierra porque no había canchas de pasto, ni lozas multideportivas, cuando para jugar sí había que correr, cansarse y ensuciarse, un tiempo en que se jugaba con chimpunes, no zapatillas. Era un tiempo en que producíamos futbolistas de verdad, y por eso íbamos al mundial. Un tiempo en que el fulbito era apenas conocido.

De pronto todo cambió. Desde inicios de los 1970s se produjo en el Perú una proliferación explosiva de la práctica del fulbito, desplazando para siempre al futbol como primera actividad deportiva. En menos de una década el Perú dejó de ser un país futbolero para convertirse en un país fulbitero. Y desde mediados de los 1980s todos nuestros vecinos nos ganan, a nivel de selección o de clubes.

¿Por qué no vamos al mundial?

No vamos al mundial porque desde hace cuarenta años nos hemos dedicado a construir miles de canchas de fulbito y ninguna de futbol. No vamos al mundial porque hacer la transición del fulbito al futbol a niveles de élite internacionales es, en la práctica, un imposible. No vamos al mundial porque es estadísticamente improbable que el país produzca abundancia de talento en un deporte que apenas practicamos. No vamos al mundial porque los Guerrero, los Farfán, o los Pizarro seguirán siendo los bichos raros, la anomalía estadística, el producto accidental o inintencionado al que por demasiadas décadas ya nos hemos acostumbrado.

Como casi todo lo que nos pasa, responsables de no ir al mundial somos todos, por seguir permitiendo al fulbito ser el deporte rey que es, por permitirle que día a día continúe infectando su mediocridad permanente a nuestros jóvenes. Responsables somos todos, por no haber asumido una postura crítica, por haber jugado y promovido el fulbito solo porque otros lo hacían, sin jamás atreverse a cuestionar de donde salió, sin cuestionar jamás sus méritos como deporte de formación, el porqué de sus reglas, o quien lo inventó; porque de haberlo hecho nos habríamos percatado a tiempo que el fulbito es una aberración, más bien un engendro, el fruto de la informalidad de la calle, la grave peste que pasivamente contrajimos y que ayudamos a masificar con impensada complicidad.

REFERENCIAS:

1. Sports Canada: Guia para la formación de atletas a largo plazo (inglés)

http://canadiansportforlife.ca/sites/default/files/user_files/files/CS4L%202_0%20EN_April16_webpdf.pdf


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Al fulbito dile no

Analisis del futbol peruano